Biografía de la Madre Ángeles Sorazu

Ángeles Sorazu, una luz que glorifica al Padre

Presentar la totalidad de la figura de la Madre Mª de los Ángeles Sorazu en unas breves líneas sería un atrevimiento, sin embargo, la riqueza que entraña la vida y la experiencia espiritual de esta hija de la Iglesia es un don que Dios nos ha dado, en el que todos estamos invitados a gozarnos.

Al mismo tiempo que la llamada a la santidad es vocación universal de todo bautizado, Dios es tan original que hace con cada uno de sus hijos una obra singular, de modo que todos los demás miembros nos veamos estimulados y enriquecidos por las obras maravillosas que Dios hace en cada uno de nuestros hermanos. No se enciende la lámpara para ser ocultada sino para que alumbre a todos los que están en la casa (Mt 5, 15). Vamos a intentar poner al descubierto al menos algunos destellos de la obra de Dios en M. Ángeles para que brille de tal modo esta luz ante los hombres que, al ver sus buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos (Cf. Mt 5, 16).

¿Quién es Ángeles Sorazu?

Ángeles Sorazu Aizpurua nació el 22 de febrero de 1873 en Zumaya (Guipúzcoa), siendo bautizada al día siguiente, en la Parroquia de San Pedro, en su pueblo natal, recibiendo el nombre de Florencia. Será la tercera de siete hermanos. El clima familiar que se refleja en su Autobiografía nos hace pensar que estamos ante una familia modélica, en la que se respira un fuerte ambiente cristiano, donde la pobreza, la enfermedad y otras dificultades se viven en la confianza en Dios y el amor es fuerte lazo de unión entre todos sus miembros.

Desde su más tierna infancia, la pequeña Florencia se ve adornada de gracias sobrenaturales que anuncian una predilección por parte de Dios: a los tres años tiene conocimiento claro de lo que es el pecado, mientras externamente su conducta se caracteriza por el retiro, el silencio y la rectitud en el obrar; a los seis años experimenta con gran intensidad la grandeza y la bondad de Dios; a los nueve años hace propósito de ser santa sintiendo una llamada interior al completo abandono en la voluntad de Dios. A los once años recibe la primera Comunión a partir de la cual su vida se desarrolla en un marco de fervorosa piedad.

Florencia crece humana y espiritualmente, venciendo las dificultades y luchas propias de su edad; sin saberlo aún, camina hacia el descubrimiento de una vocación que la conducirá a formar parte de la Orden de la Inmaculada Concepción y que llevará a cabo en el Monasterio de La Concepción de Valladolid, donde ingresa el 26 de agosto de 1891. De su entrada al claustro nos dice, entre otras cosas: Experimenté una felicidad divina inexplicable, un deseo ardiente de santidad, un descanso muy grande como quien estaba en su centro y poseía su anhelado fin. Cuando leyó por primera vez la Regla de la Orden,  en la que se describe la forma de vida que había abrazado, quedó prendada del camino que se abría a sus ojos: entendí cómo se dirige a modelarnos en nuestros modelos, Jesús y María, y anhelaba conformar mi vida con ella.

Cuando vista el hábito concepcionista tomará el nombre de sor Mª de los Ángeles, por su devoción a los santos ángeles, a quienes se encomienda con fervor. Emitirá su profesión solemne el 6 de octubre de 1892 y desde entonces se entregará con todo su ser a Jesucristo y a María Inmaculada, tomando a ésta por Reina, Superiora, Maestra, Directora y Madre. Una actitud la acompañó siempre: A partir del día que hice la consagración conté con la Stma. Virgen para todo. Sentía la imperiosa necesidad de ser toda de Dios en María.

Su vida transcurrirá en la sencillez del ambiente claustral, en el desempeño de las tareas encomendadas por la obediencia, tales como el torno, la sacristía y la enfermería, oficios de los que nos habla en su relato autobiográfico, desempeñados con generosidad y fidelidad a su vocación. Mientras nada extraordinario acontece a la vista exterior, sor Ángeles va creciendo interiormente, bebiendo su alimento espiritual en el Catecismo –al que tendrá singular estima- y en algunas lecturas, entre las que destaca la Mística Ciudad de Dios –obra de M. Mª de Jesús de Ágreda, concepcionista y escritora mística del s. XVI-.

Un acontecimiento de especial importancia en su vida es el descubrimiento de los Evangelios, primero, y de la Sagrada Escritura, después. Hasta 1896 conocía los relatos bíblicos a través de la Liturgia o de diferentes meditaciones, pero el contacto directo con la Palabra de Dios la elevó en el conocimiento de Dios y la intimidad con Él. De la mano de la Liturgia vivirá intensamente los misterios de la vida de Jesús. En sus escritos describe cómo se preparaba para la Navidad durante el tiempo de adviento y cómo celebraba el nacimiento del Salvador, cómo se entusiasmaba en la fiesta del «Nombre de Jesús», que el calendario franciscano celebra el día 3 de enero, celebrando el onomástico del su Esposo… Igualmente se entregaba con toda dedicación a la oración y penitencia en el tiempo de Cuaresma y Semana Santa, deseosa de acompañar a Jesús durante su Pasión y compartir sus sufrimientos, llevada por el amor al deseo de hacer el imposible de que no hubiera sufrido, queriendo padecer ella en su lugar; también la veremos abismarse en la vida gloriosa del Salvador, resucitado y victorioso sobre el pecado y la muerte.

En 1893 atraviesa una intensa purificación interior que ella vivirá apoyada en la Virgen María, su refugio y consuelo en este tiempo al mismo tiempo que su madre y maestra. La noche purificadora, vivida en heroica fidelidad y amor, la conducirá al desposorio espiritual que tendrá lugar el 25 de septiembre de 1894, fecha que celebrará todos los años durante toda su vida, como un momento singular de gracia y acercamiento a Dios. El elevado estado de vida espiritual en el que es puesta le ocasiona tal sentimiento de indignidad que pide a Dios el descenso del mismo. M. Ángeles carecía de un director santo y sabio que discerniera las gracias que recibía; le será dado más tarde, en 1904. No obstante, continúa su vida de intensa contemplación e imitación de Jesucristo y de María Inmaculada.

El 21 de febrero de 1904 es elegida abadesa de la comunidad, cargo que desempeñará con notable acierto, influyendo grandemente en el crecimiento espiritual y material de la comunidad.

En julio de 1907 comienza una segunda purificación interior, más honda que la que viviera años atrás, que la dispone interiormente para el matrimonio espiritual, gracia que recibe el 10 de junio de 1911. Para esta fecha cuenta con el apoyo del que fuera el director espiritual que más influyó en el desarrollo de su vida interior, el P. Mariano de Vega, OFMCap. Gracias a él la Iglesia goza en la actualidad de la riqueza de los escritos espirituales de M. Sorazu. Consumado el matrimonio espiritual, M. Ángeles vive aún diez años más, a lo largo de los cuales va dejando constancia de los aspectos de la vida de unión con Dios, su contemplación de la vida humana y divina de Jesucristo, los atributos divinos, la lectura y comentario de diversos pasajes bíblicos, especialmente el Ct que aplica a la Virgen María.

En la Navidad de 1920 hace unos ejercicios espirituales de cuarenta días con la intención de prepararse para la vida del cielo, según ella misma afirma. El 21 de marzo de 1921 confía a una de las religiosas más íntimas a ella, que presiente cercana su muerte. Su salud se deteriora progresivamente. El 28 de agosto de 1921, expiraba tras haber compartido los padecimientos de Cristo, según ella tanto deseó y pidió en su oración.

Destellos de una luz divina

Más allá de unos datos biográficos, la figura de M. Ángeles trasciende la historia para transmitir un mensaje válido para los hombres y mujeres de todos los tiempos. A un siglo de distancia, su vida y sus escritos son testimonio y anuncio profético. Su experiencia, vivida en el asombro sereno que producen las cosas divinas y recogida sencillamente en unos pliegos de papel, pone en evidencia la existencia de Dios y desvela su rostro, al mismo tiempo que nos dice que no podemos permanecer indiferentes ante una realidad tan trascendente para el hombre como la presencia Dios mismo en la vida de cada hombre y mujer, y en el mundo entero, en medio de sus circunstancias y avatares.

M. Ángeles nos habla de un Dios que es Padre, que nos ama infinitamente, cuya bondad y misericordia superan todos los cálculos humanos. Un Padre que nos purifica de la oscuridad ocasionada por el pecado y nos pone en la luminosidad de la vida del amor y de la gracia, capacitándonos para participar en su misma vida divina.

El estilo con que M. Ángeles, enamorada de la verdad hasta el extremo, afrontó cada momento de su vida nos invita a eliminar de la nuestra todo engaño, vanidad o mentira para ponernos en la coherencia de quien deja iluminar su pensamiento por el Evangelio de Jesús para después actuar desde las convicciones de la fe.

M. Sorazu nos invita a apostar por Cristo, a arriesgarlo todo por Él, a elegir con decisión y coraje el camino de la santidad, concretándolo en la realidad de los quehaceres cotidianos, de las anécdotas de la convivencia diaria, en las múltiples ocasiones que nos proporciona la jornada para hacer visible el amor, desde las cosas más grandes –cargos y tareas personales o sociales- hasta los más mínimos detalles en los que podemos percibir, con ojos atentos y corazón fraterno, las necesidades de nuestros hermanos, en quienes Jesús nos espera para decirnos: «A mí me lo hiciste».

El ardor con que vivió enamorada de Jesucristo, hasta el «enjesusamiento» -como dirá ella misma- es una llamada elocuente a amar a Cristo apasionadamente, con una entrega incondicional que no conoce límites, cálculos o temores;  que, dejándolo todo atrás se lanza hacia lo que está por venir, que estima basura todas las vanidades pasajeras de este mundo y cuyo único anhelo es la comunión con Cristo y con sus padecimientos, muriendo su misma muerte para participar en su vida gloriosa.

Sus escritos, brotados como fruto de su contemplación, nos anuncian los preciosos rostros que podemos descubrir en Cristo. M. Ángeles nos habla de Él como Salvador, Buen Pastor, Esposo y amante enamorado, se embelesa ante Cristo Rey, Mediador y Abogado nuestro ante el Padre, queda prendada de un Corazón que rebosa misericordia y bondad, que se hace Camino, Verdad y Vida para nosotros, que por amor al género humano se encarnó, abrazó la Pasión y la muerte, resucitó para introducirnos en su gloria y que prolonga su presencia real en la Eucaristía.

Sólo bajo el impulso del Espíritu Santo es posible vivir así. M. Ángeles nos habla del Espíritu de Dios como amor que purifica y enciende interiormente, que «volcaniza» -nos llega a decir en sus escritos-, que nos capacita para conocer y amar al Hijo y que, junto con el Hijo, nos eleva hasta el Padre y nos introduce en su intimidad.

Y todo vivido con María Inmaculada, la Esposa por excelencia, la Madre que, introduciéndonos en su seno nos acerca a Cristo, que nos enseña a acogerle y seguirle con fidelidad y amor, que, a través del Rosario nos introduce en la contemplación de los misterios de su Hijo. La Madre que nos enseña a vivir como hijos en el Hijo amado y a ofrecerle nuestro corazón como morada perpetua, haciendo de él un templo vivo purificado y encendido por el fuego del Espíritu.

Terminamos recordando el elogio de la sabiduría que nos ofrece el profeta Baruc: «Brillan los astros y se alegran. Él los llama y responden: “Aquí estamos” y brillan alegres para su Creador» (3, 34s). M. Ángeles es una de aquellas estrellas que Dios puso en el firmamento de la Iglesia que, llamada por Dios, hizo de su existencia un permanente “Aquí estoy” y hoy brilla alegre para su Creador. Si lo miramos atentamente nos contagiará algo de su resplandor y también nosotros escucharemos la voz del Padre que nos llama por nuestro propio nombre a brillar gozosos para nuestro Creador.

Hna. Mª Nuria Camps Vilaplana, OIC Toledo.

Pensamientos de la Madre Ángeles Sorazu

  •  Cuanto más amaba a la Virgen, mayor anhelo sentía por Ella (Autobiografía. 59).
  •  A partir del día que hice la consagración, conté con la Stma. Virgen para todo (A. 60).
  •  Todo se lo debo a la Stma. Virgen, mi celestial protectora (A. 61).
  •  Sentía la imperiosa necesidad de ser toda de Dios en María (A. 64).
  •  La Stma. Virgen me protegió mucho; fue mi único amparo y confidente (A. 92).
  •  A imitación de la Señora, cifré mi felicidad en amar y servir al Señor (A. 101).
  •  La Señora me enseñó la ciencia del puro amor (A. 167).
  •  Dios Padre me mostró que es mi Padre y que guardaba tesoros de amor y ternura infinitos en su corazón hacia mí (A. 138).
  •  Anhelaba padecer para imitar a Jesús y María (A. 146).

Reparación al Sagrado corazón de Jesús, según la Madre Ángeles Sorazu